Maquis en el corazón del Rodeno

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He vuelto al Rodeno, al corazón del monte, por ver lo que queda del Campamento, medio siglo largo después de los hechos que allí tuvieron lugar y, la verdad, me sigue impresionando tanto por su historia —aún quedan trincheras, alambradas y nidos de ametralladoras de lo que fuera el frente de Teruel—, como por la belleza caprichosa de este rincón de la Sierra, como lo llaman los de Valdecuenca.

Entre aquellas piedras rojas —rodenas— se esconden sucesos de valor y sangre, la huella de unos hombres y mujeres que pelearon arriesgando sus vidas por un ideal imposible: ganar una guerra perdida diez años antes en una lucha desigual que llamaron Reconquista de España.

Y en este empeño, Samuel, junto con sus hermanas Pilar, Celia y sus maridos Alfredo y Eliseo, a los que tengo que añadir la inestimable ayuda de su primo Timoteo —hombre que conoce el monte mejor que la plaza de su pueblo—, fuimos pacientemente recorriendo caminos, trochas y desmochando cerros para gozar de unos días de campo, recordar anécdotas añejas y dormir arropados por el silencio que ya sólo se encuentra en pueblos recogidos como este de Valdecuenca (Teruel), hermoso por muchas razones.

Pero es Moisés, el hermano mayor, quien me ha dado las pistas de los principales acontecimientos tal como tuvieron lugar; sin su ayuda testimonial poco hubiera podido hacer.

No obstante, este relato no pretende ser la crónica de los acontecimientos que acaecieron en la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, Sector 11, ni el seguimiento minucioso de los pasos de unos hombres —“maquis” les llamaba la prensa de la época— que vivieron durante un tiempo en el Campamento del Rodeno. Y aunque son ciertos los hechos que aquí narro, los personajes que en ellos aparecen vienen presentados bajo el velo del relato que matiza los rasgos y disimula los olvidos originados por el paso del tiempo.

Seguramente he dejado de contar muchos detalles conocidos por los valdeconquenses y he puesto otros nuevos que no cambian en nada la historia principal, porque mi objetivo es, simple y llanamente, recordar que hubo una vez unos “románticos de la libertad”, como se ha bautizado a este grupo de valientes, hombres y mujeres muy próximos a gente que aprecio.

En esencia, trato de hacer un pequeño homenaje a la memoria de Feliciano López, padre de Moisés, Pilar, Celia y Samuel, hombre de una personalidad recia e intachable conciencia, y a la de sus hermanos Manuel y Angelina, tan nobles y valientes como él, que supieron renunciar a casi todo por una causa que creían justa. Los hombres lo pagaron con su libertad, ella con el exilio, por eso tenemos para con todos ellos, creo yo, una deuda de honor.

Pedro Sanz Lallana

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